SIEMPRE EN EL CORAZÓN

Mi querido hermano.

Hoy tendrías que haber cumplido 70 años y yo te habría deseado, como cada 29 de enero un feliz cumpleaños.

Pero ese gesto, tan familiar y cotidiano ya nunca más podré hacerlo, porque la mano invisible del destino barajó con trampas tus cartas, dejándome las felicidades dentro.

 

La última vez que nos vimos fue en tu tierra adoptiva, Aragón.

Toda la familia se reunió contigo para apoyarte y celebrar juntos la boda de tu hijo.

Fueron unos días inolvidables y hermosos, llenos de alegría y tristeza, de promesas y angustia, de esperanza y sueños.

Y allí, el amor nos sorprendió la noche de la preboda, cayendo desde la luna en forma de lluvia reparadora, empapándonos a todos.

El amor se puso de pie y empezó a bailar entre nosotros con los ojos abiertos.

El amor extendió sus alas con ternura y acarició con sus plumas nuestras almas perdidas.

El amor se desnudó ante nosotros y se abrió el pecho teñido de rojo, mientras nos besaba las manos en profundo silencio.

El amor, el amor, siempre el amor.

 

Y en el difícil momento de la despedida, me dijiste al abrazarnos: «Eliecer, deseo que seas muy feliz en Galaroza, con tu nueva vida, en tu querida casa».

Y me rompí.

Y escapé.

Y me tragué sin masticar todas las piedras del suplicio.

El bloqueo impidió que mi corazón reventara de lava.

Los escudos me alejaron del presente, envenenado de flechas.

Y una muralla gigante cuajada de espinas negras, empezó a devorarme la pena, aprisionada entre los huesos.

 

Después en nuestro pueblo, soñé que te buscaba por toda la casa, sin éxito.

No estabas en la cocina, ni en el salón, ni en la galería, ni en el baño. Tampoco en el corral, ni en el zarzo, ni en la cochera, ni en el corredor, ni en el doblao, ni en el patio.

Pero al final te encontré en el dormitorio de la calle Sin Salida, felizmente dormido en los brazos de nuestra madre.

Ella te susurraba una canción, sentada en la cama de sus padres y me miraba sonriendo.

El cuarto brillaba con una intensa luz, iluminándolo todo.

Entonces me desperté y comprendí que te estaba esperando.

 

Todo fue tan inesperado, tan implacable y precipitado que aún no me había curado las primeras heridas causadas por la feroz noticia, cuando el futuro estalló a mi alrededor como un campo de minas ardiendo, destruyendo mi pequeño cielo protector.

Todo sucedió tan rápido, que todavía no había asimilado el impacto de la enfermedad, cuando de pronto me di cuenta que ya no estabas aquí.

Todo fue tan agresivo y letal, que las oraciones se convirtieron en gritos, la confianza en rabia y la fe en negación.

La batalla fue tan desigual e injusta, que todavía estoy oscilando en un desobediente limbo de incomprensión, saturado de escombros desolados, metralla y estupor.

 

La muerte nos golpea con fuerza, otra vez.

La tormenta oscurece la mente con niebla, otra vez.

Enturbiando con fango nuestro gastado corazón.

 

La Virgen del Carmen se abraza a la Virgen de La Alegría.

La ermita de Santa Brígida suspira junto al castillo de Monzón.

La fuente de Los Jarritos tiembla sobre el metal de la Hidro.

Y el río Múrtiga llora con el Cinca, derramando sus cauces en el mar, desbordados de dolor.

 

Sin tiempo añadido.

Siempre en el corazón.

Fuego y ceniza.

Fotografías y recuerdos.

Soledades y vacío.

Y mientras las flores se perfuman con deidades de incienso.

Las esquelas van clavándose en nuestros cuerpos con el último adiós.

 

Hasta siempre Jose.

Que descanses eternamente en paz junto a mama y su infinito amor.

Tu hermano que no te olvida.

 

Eliecer.